PAUSA (O la importancia del silencio.)

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Remolinos de voz distorsionada, grabaciones ortodoxas y estúpidas, acartonadas que ya no sirven para nada. Tal vez allá y entonces tuvieron una honorable función y el humano programado estaba completamente seguro de que servían cada una de las angustias, preocupaciones, planes, estrategias, obsesiones compulsivas y demás estupidez que pasa por mi mente…y bueno en realidad no es que pase por mi mente, porque no se va, se queda, se arremolina, se aburre de ser allí para nada. Supongo que cada una de ellas ya sabe que debe morir y quiere morir pero yo no se lo permito. Pero hoy sin conciencia y con mucha de ella decidí darles un descanso.

 



Tomé una siesta.
Cierro los ojos.

Por la ventana entra un aire fresco y lleno de la humedad exacta que me acaricia todo el cuerpo. Me acaricia las piernas, los brazos, la cara, me mueve el cabello, como un arrullo de un Ser infinitamente grande que me mira como Amada. Mi gata está al lado de mi dormida con sosiego y llena de paz. Es mi guardiana. ¿Qué puede estar mal en éste momento? Absolutamente nada, porque descanso en paz sostenida por el sueño, por la vida grande que se encarga de acomodar. Así como cuando un niño pequeño se duerme y la Madre puede por fin preparar alimentos y abrir los caminos del día venidero. Así es cuando guardo silencio y confío y hago una pausa. Como cuando danzo, en el escenario lo que más se disfruta es la pausa, es el silencio, es el no movimiento en donde me lleno de un no sé qué cosa tan profunda y potente…es cuando bailo hacia adentro, hacia el vacío y el público solamente está allí de pre-texto para que yo me conecte conmigo a partir del movimiento. Así es una siesta, es una pausa de la distorsión y la locura DE-MENTE. Y mis compañeras están por allí durmiendo a mi lado y me siento completamente protegida por el cielo, porque ellas son ángeles. Los perros son ángeles. Son como la música, mensajeros Divinos. Ellas saben ser yoguis, saben ser en movimiento y en descanso, como los árboles, es tan natural para ellas el reposo, un yin-yang. Una técnica limón, un hatha-yoga. Y entonces apago el switch, por un momento y los grillos del alma cantan. Allí en astral, en theta, en algún lugar plácido de un cielo, el pago siguiente no existe y no importa, ni la renta, no importan las relaciones, el mundo y su locura, la demencia y la corrupción, los partidos, las estupideces y las tonterías. Sólo hay un arrullo, una pausa, un Amor de la Madre tierra que me arrulla y se alegra de que me haya callado un momento. De que haya vuelto a mí, a ella, a su Amor.
Y me toca el aire fresco y me suelto y dejo de pretender, dejo el intelecto y juicio.
Y esa siesta es todo el Universo, es la danza estelar del ritmo interno.
Se escucha el tambor en armonía, el tambor-corazón.
Y los zapateados suenan claritos, sin miedos y ruidos.
Mi gata, mi gata negra descansa al lado de mí, alargada y confiada.
Y yo mientras me conecto con todas las dimensiones de luz.
Con el Amor.
Con el hogar del corazón.
Apago el filme ridículo que escribo en mi engaño ilusorio de la Matrix.
Y aparezco yo.
Siento parte del ritmo real del Cosmos.
Sin diálogos ni dramas.
Ni monólogos.
Sólo fluyo.
Pausa.
Lo que nos hace crecer son las pausas, los silencios, la recepción de la nutrición, las siestas, la rendición, la entrega.
Es eso lo que nos hace fuertes.
La no-mente.
Y el aire acaricia mi piel por la ventana…