El barrendero

Zombies.

Almas rotas.

Desalmados.

Enchufados a un sistema ya programado para el consumo de nuestra energía vital.

Robots.

Pobres humanos llenos de formas pensamiento, programas, suciedades, miasmas, plagas energéticas, virus colectivos, enojo guardado detrás del enojo que a su vez está amalgamado detrás del enojo del bisabuelo que carga al chosno.

Pobres humanos persiguiendo la zanahoria (en el mejor de los casos) O carroña en el peor.

Tristes, sin motivación, sin conexión, heridos, lastimados, sobreviviendo.

Guardamos en el obscuro cajón de la resignación y la amargura nuestros más grandes sueños del Alma.

¿De quién estamos repitiendo una historia? ¿O compensando, o reparando? ¿Quién está moviendo los hilos de nuestro andar?

¿De quién es el deseo que nos anima a seguir respirando?

¿A quién le cumplimos?

Andamos por la calle con nuestras armaduras, corazas duras de metal oxidado y pesado, cargando nuestra carne y unos huesos que a veces quieren llorar y nadie los escucha, más que el bajo astral de la noche oscura.

¡Qué miedo ser libre! Nadie me hablará, nadie me querrá, me criticarán, me excluirán.

Y entonces cada humano con su frustración sale a la calle matutina peleando con otros de su condición de auto a auto con ira asesina, corriendo y luchando por llegar a su “destino” a conseguir papeles o cifras en sus bancas digitales y poder moverse en el planeta.

Tengo que pagar esto y el otro, la renta, la medicina, el gas, porque claro, tengo derecho a bañarme con agua caliente si me la paso trabajando.

¿Sabes qué pasa? Esa extraña fuerza de descomposición, el tánatos haciendo su trabajo nos harta. Nos la vivimos en un esfuerzo constante por mantener limpia la casa, joven el cuerpo, nuevo el auto, pero al revés que en los bosques o selvas en dónde no entramos como especie y en dónde todo parece ir embelleciendo al contrario de las ciudades en dónde todo parece ir muriendo de suciedad antigüa, pensamos que tenemos que estarnos esforzando para vivir en belleza y eso es porque no cerramos los ojos cinco minutos al día para sentir al Alma. Da igual. El caso es que ¡Carajo! Se nos olvida quienes somos. Puede ser que a ti no y te felicito. A mí sí, se me olvida a veces, pero todo esto que he dicho es solamente para hacer una pequeña y magnifica observación y relatarte esta mini-anécdota:

Así iba aquél día, sintiéndome sola, rota, desconectada de mi Alma, enchufada a una matriz de control y sin haberme bañado el cuerpo energético antes de salir a las labores mundanas, muy enojada, muy enojada, enojadísima con los cretinos que iban aún más fúricos que yo metiéndose entre los coches y provocando caos vial cuando lo vi.

¡Oh Dios, que belleza!

Allí estaba Él, el barrendero.

Dichoso ángel bajado del cielo con su sonrisa y su brillo, tan lleno de luz.

Un simple movimiento de mano, una sonrisa ENORME. No se necesita nada más que eso. Un ángel irradiando. Su sonrisa, viajó hasta el profundo centro de mi corazón y me provocó una sonrisa y los ojos se me iluminaron. Después vi que aquél anciano saludaba a cada persona que pasaba en su auto o caminando, con su sonrisa, con su entusiasmo, con su amor.  Se me olvidó que “tenía que pagar tal cosa” “que el tiempo se acaba” “que las cosas, cuerpos y bienes materiales se desgastan” “que tengo que hacer un esfuerzo” Sentí en un minuto la dicha, la conexión, Ser un alma eterna en gozo y le estuve tan agradecida por ese gesto, un simple gesto tan enorme y poderoso.

Sin túnica, sin hablar, sin pretender, sin nada, solamente una escoba mágica y una sonrisa que barrió con toda la mentira mundana del ego, de la maraña del inconsciente colectivo, de la ilusión.

¡Aquí y ahora! ¡Aquí y ahora solamente hay una sonrisa que limpia la mentira!  y para mí ese, fue un guiño de la Divinidad.

Los ángeles a veces usan una escoba.

No lo olvidemos.

Nos amo

Nos bendigo

Nos honro

Claudia Mtz Jasso.

Tu terapeuta.

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