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Tu mal de ojo se extendió como un halo ácido toda nuestra vida. Te escondiste detrás de una máscara de bondad y buena voluntad. Erigiste la bandera de la corrección y la perfección, custodiada por las instituciones guardianas de las buenas costumbres y la Inquisición femenina. Defendiste al patriarcado en tu cuerpo de mujer, mancillándonos con condenas y siendo la verdugo de las mujeres más pequeñas de la familia, entre ellas yo. Los hombres tampoco se escaparon de la jaula mental y la cárcel acusativa de tus pregones que como ataques psíquicos nos golpearon el Alma una y otra vez sin que los demás se dieran cuenta del maltrato emocional, energético y Espiritual que nos hacías a tus sobrinos y sobrinas. Sobre todo, el ataque energético.

Mágicos. Tocan con sus raíces el corazón de la Diosa de la Tierra, acarician con sus lazos de luz que emergen sinuosos de cada rama a la luz prístina de las estrellas. Ellos son Seres amables que saben consolar y abrazar, te protegen a otros niveles, invisibles y lejanos que con tus ojos físicos de humano no puedes percibir. Ellos son viejos sabios. Conectores de los cielos y las tierras, transmutadores, sanadores, risueños y bromistas Espíritus los habitan. Maestros de meditación, de anclaje, de existencia y templanza.

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